(Articulo realizado en el marco del IX Taller de Crítica y Periodismo Cinematográfico - Encuentros Cartagena 2015)
Por Camilo Villamizar Plazas
Al salir de ver Jauja por segunda vez, no puedo evitar sentir que mi existencia es algo totalmente insignificante, efímero e intrascendente.
Esta fantástica obra de contemplación metafísica parece decir que
cualquier apego es un espejismo y que la felicidad es una quimera similar a
cualquier Jauja o El Dorado, tierras prometidas de abundancia y sosiego en cuya
búsqueda, como se aclara al principio de la película, han perecido muchos
hombres. Esta visión del mundo no es novedosa, se ha escrito por montones
acerca de estos temas, y en el caso de Jauja lo que resulta realmente impactante es la fuerza con la cual esas ideas se
logran trasmitir por medio del solo hecho de observar, de entablar una relación
con el mundo a través del cine.
Una película como esta requiere de un espectador sensible, abierto a ver en la pantalla algo más que un vehículo para contar historias. Aunque podría parecer en primera instancia que se trata de una adaptación argentina del western (es ineludible la comparación con The Searchers de John Ford), o de una película de aventuras, ese no parece ser el interés de Alonso en la cinta.
El polémico final, más allá de los significados oníricos que se le
puedan adjudicar, es un aborto por parte de la película de cualquier pretensión
narrativa. Se trata de una transformación más que nada formal en la cual la
película invalida su propia anécdota y universaliza su subtexto, verdadero fin
de esta cinta. Al cambiarse el protagonista y el contexto, Alonso parece querer
incomodar al espectador y enfatizar que la importancia de la película no está
en los caballos, el paisaje y los bonitos vestidos de época, sino en un
conjunto de ideas acerca de la vida, la trascendencia y en última instancia, la
pequeñez de los seres humanos.
Este rechazo a lo narrativo es perfectamente coherente con el
contenido de la película. Así como Alonso niega la idea de que la vida sea una
cadena de acontecimientos impulsados por las relaciones personales, y que
tienen como fin último la trascendencia o la felicidad; se opone también a la
idea del cine como sucesión de eventos ordenados causalmente, como una
teleología narrativa que nos lleva de un comienzo a una final satisfactorio
para el espectador. Esa es la clave de esta película y lo que la convierte en
un ejercicio magistral de cine: el profundo vínculo entre lo formal y el
contenido, o mejor dicho, la maestría con la cual el contenido reposa puramente
en lo formal, sin requerir ser citado textualmente.
Ello se ve también en las actuaciones: lejos de todo artificio
interpretativo, Alonso hace que sus actores se contengan y lleven sus niveles
de expresividad al mínimo necesario. Esto es bastante notorio cuando es un
actor como Viggo Mortensen el que protagoniza Jauja, pues es alguien que nos ha acostumbrado a interpretaciones
grandilocuentes. En muchos casos los personajes simplemente están ahí, ocupando
un espacio o yendo de un lugar a otro, y cuando salen del cuadro pareciera que
dejaran de existir momentáneamente hasta que reaparecen en el siguiente. Se
trata de nuevo de una negación de que en ellos haya algo más que un simple
habitar el espacio.
A propósito de la puesta en cuadro, siempre en trípode, siempre
cuidada y casi siempre muy abierta, Alonso toma dos decisiones que resultan de
gran importancia. Por un lado la duración de los planos, muy distendida en toda
la película, da cuenta de que el director busca que el espectador entable una
relación con el mudo de una cualidad meramente contemplativa; en ello se demuestra
una gran reverencia por la realidad y, de nuevo, una negación del cine como
artificio narrativo. Por otro lado están los cortes, muy a menudo los planos
inician antes de que el personaje entre al cuadro y terminan un poco después de
que lo abandonan, enfatizando la cualidad transitoria que las personas tienen
dentro del espacio, minimizando su importancia narrativa.
Esa atención por la forma está en toda la película: cada frase,
cada plano y cada sonido juegan un papel esencial en la transmisión de esa
sensación de vacío existencial. Con una economía de recursos que responde a una
posición autoral sobre el cine, Jauja
lleva al espectador a un desierto infinito y salvaje que “se lo come todo” y en el cual el personaje cree estar buscando
algo cuando realmente lo está perdiendo poco a poco, el desierto lo devora en
el momento en el que adquiere conciencia de que está solo en el mundo y acepta
su pequeñez: se arrodilla en medio del paisaje bajo el cielo nublado.
Salgo de ver Jauja por
segunda vez con la última pregunta que la anciana Ingeborg le hace al capitán
Gunnar Dinesen resonando en mi cabeza: “¿Qué
es lo que hace que una vida funcione y que siga adelante?”. Y yo me
pregunto, tras ver esta película, ¿qué es lo que hace que el cine funcione y
continúe existiendo? Con cada decisión formal Lisandro Alonso parece estar
buscando una respuesta a esa pregunta por el método sustractivo: quitando uno a
uno todos los artificios y añadiduras posibles, procurando hallar cuál es la mínima
esencia del arte cinematográfico, en donde radica su pequeñez, aquella sin la
cual el cine no podría existir. Todo lo demás se lo come el desierto.
"...en ello se demuestra una gran reverencia por la realidad". ¿No contradice el resto de su tesis? Como tal toda la fotografía, incluído el encuadre, y la decisión sobre las locaciones (por más reales que sean), aún el diseño sonoro, dirigen al espectador a un ámbito más "onírico" que real, sin decir con ello que el relato se reduzca al sueño. Al contrario, como lo ha dicho, Lisandro Alonso, más allá de comprometerse con la realidad, lo hace con la existencia y sus curiosidades. Negar el artificio narrativo no es necesariamente acoger la realidad. Gracias por el muy buen artículo sobre una película que merece ser vista. Buena interpretación.
ResponderBorrarCreo que usted tiene razón, sin embargo me gustaría matizar la expresión que usé. Creo que Alonso tiene le confiere a la realidad un gran potencial onírico, de hecho, un gran potencial audiovisual en general. No creo que Jauja sea una película realista en el sentido mimetico de la palabra, sino una película preocupada en como el cine entabla una relación con la realidad, y como a partir de ella se construye un discurso. Esa reverencia se nota en la cualidad contemplativa de todo su cine, pues no solo elude y minimiza el artificio narrativo, también otros como el montaje y los movimientos de cámara.
BorrarGracias por comentar y cuestionar lo escrito. De acuerdo con que Jauja merece ser vista.