(Articulo realizado en el marco del IX Taller de Crítica y Periodismo Cinematográfico - Encuentros Cartagena 2015)
Por Andrés Jiménez Suarez
Por Andrés Jiménez Suarez
En pocas palabras el documental La once, dirigido por la chilena Maite
Alberdi, habla sobre las relaciones humanas que son capaces de trascender el
tiempo e incluso la muerte.
La película sigue las reuniones mensuales de un
grupo de amigas que aún después de 60 años se reúnen a tomar el té y comparten
una y otra vez diferentes recuerdos de sus vidas, los cuales dan cuenta de una estricta
formación católica y conservadora que estaba diseñada para prepararlas a todas
para ser amas de casa y buenas esposas. Pero esto no quiere decir que las cinco
mujeres que lo protagonizan sean uniformes; por el contrario, desde la misma
introducción, narrada por Teresa, abuela de la realizadora, se plantean los
diferentes caracteres de quienes intervendrán constantemente en esas
conversaciones vespertinas. Se trata de mujeres casadas o viudas, saludables o enfermas
a causa de la edad, divertidas o amargadas.
En el largometraje, de una duración de 70 minutos, predominan los planos detalles de los delicados y coloridos postres que acompañan el té, así como los primerísimos primeros planos de los personajes. La narración toma como base temporal un álbum de fotografías que, al estilo de Wes Anderson, da cuenta de todas las décadas que han transcurrido desde que este grupo de amigas se formó en la secundaria en 1949.
Hay dos elementos muy interesantes que se
complementan otorgando a la película gran interés. Por un lado, está el
montaje: se tratan de diferentes conversaciones que, a primera vista, parecen
transcurrir de forma continua, pero que en realidad hacen parte de una completa
construcción. La íntima cercanía de la cámara a los rostros de estas mujeres,
hace olvidar al espectador de las ventanas y los muebles de fondo, que en
conjunto generan una ilusión de unidad espacial que complementa la unidad
temporal pretendida.
En segundo lugar, el sonido fuera de cuadro potencia en
gran medida las sutiles expresiones de los rostros. Para ejemplificar esto, se podría mencionar una escena en la que Inés, una invitada especial a esta
reunión, oye confundida los comentarios de las otras ancianas sobre una
operación que ella no recuerda haber tenido, pero de cuyo proceso de
recuperación las demás insisten en haber sido testigos; las palabras enriquecen
la expresividad de esta mujer con principios de Alzheimer que cuando quiere
hablar no recuerda lo que quería decir.
Alberdi parece una directora que sabe observar y
puede encontrar en un asunto tan anodino como la hora del té, un momento
propicio para presentar al espectador los cambios radicales a los que estas
mujeres se han visto enfrentadas: el matrimonio homosexual, hablar abiertamente
sobre sexo o burlarse de las enseñanzas de su colegio sobre cómo ser una buena
esposa. Se trata del espacio en que estas cinco mujeres pueden hablar de lo que
quieran y cómo todo las lleva al inevitable refugio en el que se ha convertido
el repasar sus memorias sobre aquellos
tiempos: "No vivas de fotografías
amarillas", le aconseja una de ellas a Teresa, quien observa con nostalgia
las fotografías de su difunto esposo sobre la mesa, ya ambarinas en los bordes
por tantos años de ausencia. Pero Teresa se rehúsa a olvidar, "Uno puede vivir de fotos amarillas, de
cartas amarillas, de flores amarillas, si uno quiere".
Pero en medio de esto, también existe una
perspectiva de la realizadora que privilegia la vida, el color, la manera como
estas mujeres se empeñan por seguir viviendo y por seguir construyendo
recuerdos juntas, organizando excursiones turísticas dentro del territorio
nacional. Y justamente estos esfuerzos, aunque mermados en ocasiones por la
inminencia de la muerte, retratan un modelo de vejez positivo que les permite a
ellas observar con tranquilidad el fin.
Esta es una apuesta arriesgada pero que ha dado
como resultado una obra universal que puede hablar a cualquiera de estos temas,
sin desperdiciar lo singular de este grupo de amigas. Y para lograr esta
identificación con el público, no acude a discursos lastimeros sobre la tercera
edad ni el abandono de los viejos por parte de la sociedad. Por el contrario,
es un bello homenaje y una celebración de la vida, una vida que desborda
aquellas mesas de té.
Trailer:
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