(Articulo realizado en el marco del IX Taller de Crítica y Periodismo Cinematográfico - Encuentros Cartagena 2015)
Por Andrés Jiménez Suarez
Esta es una entrevista con la directora del
documental La once, segundo
largometraje de la realizadora chilena Maite Alberdi, resultó recientemente
ganador de la Competencia Oficial Documental del 55º Festival Internacional de
Cartagena de Indias y en la competencia de Largometraje Iberoamericano
documental del 30º Festival Internacional de Cine de Guadalajara.
La once es un documental de observación
sobre un grupo de amigas que después de sesenta años de amistad siguen
reuniéndose mensualmente para tomar el té. Es una obra que traza con humor y
gran emoción las diferentes relaciones entre ellas, así como el inevitable paso
del tiempo que las lleva a atesorar juntas antiguos recuerdos y construir los
mejores posibles antes de morir.
Andrés Jiménez Suárez: ¿Con qué palabras podría resumir La once?
Maite Alberdi: Esta es una película sobre la
amistad, un rito de relaciones humanas que perdura en el tiempo y que
trasciende todas las diferencias. Se trata de un grupo de mujeres formadas en
un colegio de monjas bastante conservador, que, a mi modo de ver, han tenido
que ser testigos de un período de cambios muy radicales: cuando ellas salieron
del colegio, no tenían derecho al voto, ahora escuchan debates sobre el
matrimonio homosexual; ese es un tema que quizás no puedan comprender en su
totalidad, pero al cual han intentado adaptarse. También es un discurso sobre
la tercera edad: un modelo de vejez renovado que se preocupa por disfrutar la
vida hasta el último día.
AJS: ¿Cómo nace
la idea de hacer este documental?
MA: Cuando realizaba mis estudios en Santiago y
estrené mi primer cortometraje, invité a toda mi familia a la proyección. Mi
abuela, Teresa, fue la única que no pudo asistir, justificándose con que tenía
una reunión con sus amigas del colegio. En ese momento, me enojé mucho, pero
después, cuando quise saber de qué se trataba, comprendí que era una especie de
ritual: ella y sus amigas se conocieron en 1944 y casi religiosamente se reúnen
todos los meses a tomar la once.
AJS: Esta
película, en etapas de desarrollo y producción, participó en diferentes y
reconocidos encuentros como el Buenos Aires Lab. ¿Cuáles fueron los principales
riesgos de este proyecto anotados por los distintos asesores?
MA: Siempre fue un riesgo. A ellos les gustaba
mucho la idea y la situación, pero no confiaban del todo en que se desarrollara
todo en una sola locación y la predominancia de los close-up; se preguntaban si realmente el público soportaría
escuchar a un grupo de mujeres hablando durante una hora.
AJS: ¿Y las
ventajas?
MA: La universalidad de los personajes, pues estas
mujeres podían ser otras en cualquier otro lugar del mundo. Al mismo tiempo,
era atractiva la misma particularidad de este grupo, que llevaba más de sesenta
años reuniéndose siempre.
AJS: ¿Cómo fue
el proceso de rodaje?
MA: Para el equipo esta reunión también se
convirtió en una especie de rito. Íbamos a sus casas una vez al mes para grabar
durante casi seis años. Iban cambiando de casa todos los meses. Instalábamos
dos cámaras que no se movían; yo elegía dos personajes en cada té y me quedaba
ahí. Como cambiaban de lugar en cada casa y yo tenía solo dos asientos que
podía utilizar para grabar, grababa un solo fondo que me permitiera como ir
armando una sola casa para que pareciera un solo lugar y no saltara: una
ventana que es una casa, un living que es de otra y una vitrina de otra.
AJS: ¿Por qué se
ha decidido por el uso predominante de planos detalle y primerísimos primeros
planos?
MA: En primera instancia, fue una decisión práctica
que tiene que ver con en el montaje de la película. Eran muchos años de
material y yo necesitaba poner en una escena distintos tiempos; trataba de
conseguir una unidad que la realidad no tenía: un personaje preguntaba algo y
otro contestaba algunos años después. Si hacía planos generales no podría haber
unido con naturalidad seis años de material.
Por otra parte, quería que el espectador se
sintiera como uno más sentado en la mesa y creía que esos primerísimos primeros
planos le concederían una gran cercanía. Además los detalles y las sutilezas de
este universo femenino también se dan en ver los gestos que uno solo ve en el close-up. Esos gestos de ‘me miró’, ‘no
me miró’ y esa cara de cuando uno se enoja pero no puede estar enojado, todos
estos detalles me parecen que en muchas ocasiones son más importantes que lo
que se dice. Para mí, por ejemplo, es mucho más importante el fuera de cuadro
cuando Inés, que tiene Alzheimer, se olvida de que se operó y las amigas
comentan ‘se le olvidó, se le olvidó’. Con planos generales no sentiría la
intensidad de estas cosas porque son detalles, solo el close-up me permite construir esas sutilezas.
AJS: Finalmente,
¿ellas han visto el documental?
MA: Ellas fueron mis primeras espectadoras. Arrendamos una sala de cine solo para mostrárselas a ellas antes del estreno. Yo tenía miedo porque no sabía si iban a reír o cómo iban a reaccionar. Lloraban porque estaba la vida ahí; pero se reían igual que el público. Se burlaban de ellas mismas, de las otras.
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