(Articulo realizado en el marco del IX Taller de Crítica y Periodismo Cinematográfico - Encuentros Cartagena 2015)
Por Camilo Villamizar Plazas
En medio de una atmósfera claramente marcada por la estilización plástica, y con claros guiños e incluso citas a las obras del pintor estadounidense Edward Hopper y al cineasta chino Wong Kar-wai, Roberto Flores Prieto cuenta en su tercera película una historia de amor en medio de una Barranquilla que rompe el estereotipo que se le ha impuesto de forma injusta y agresiva, que abarca desde el imaginario visual hasta cómo se asume de antemano el comportamiento de su gente.
Por Camilo Villamizar Plazas
En medio de una atmósfera claramente marcada por la estilización plástica, y con claros guiños e incluso citas a las obras del pintor estadounidense Edward Hopper y al cineasta chino Wong Kar-wai, Roberto Flores Prieto cuenta en su tercera película una historia de amor en medio de una Barranquilla que rompe el estereotipo que se le ha impuesto de forma injusta y agresiva, que abarca desde el imaginario visual hasta cómo se asume de antemano el comportamiento de su gente.
La película, que se
decanta por una representación del caribe colombiano llena de luces de neón, de
cielos nublados y calles grises, presenta en medio de su realismo emocional y
psicológico un mundo que es clara y únicamente el reflejo del mundo interno de
sus personajes, construyendo una puesta en escena que exclusivamente le rinde
cuentas a la narración.
Mucho se ha dicho de que el problema del cine colombiano ya no radica en cuestiones técnicas (la era de las películas oscuras e ininteligibles de FOCINE es ya, afortunadamente, cosa del pasado), sino en cuestiones narrativas. Ruido rosa demuestra que eso no significa que no haya buenos guiones en Colombia, pues la historia que cuenta la película es sólida, protagonizada por dos personajes complejos y bien desarrollados. El guión cuenta de forma directa y sin digresiones innecesarias la historia de dos seres humanos, un hombre y una mujer de cincuenta y tantos, y a través de ellos sienta posiciones claras acerca de temas como la soledad, el amor y la sexualidad.
Sin embargo, en el
cine la palabra narrar no se limita nunca únicamente al guión, se trata de cómo
un director toma la historia que está plasmada en éste y a través de los
elementos audiovisuales cuenta esa historia. Flores Prieto en este sentido
parece ser un director que tiene al mismo tiempo muy clara la manera en que le
interesa narrar, y que por esa misma claridad, parece no estar dispuesto a
salirse de su zona de confort y arriesgarse a romper su estilo.
Ya desde su película
anterior, Cazando Luciérnagas, Flores Prieto mostraba una acérrima
predilección por el uso de una puesta en cuadro que privilegia el movimiento de
los actores en el espacio por encima del movimiento de la cámara o del uso del
montaje. Cada escena en Ruido rosa funciona como una viñeta de
la vida de sus personajes que se desarrolla en no más de 2 o 3 planos que están
a su vez anclados en encuadres muy cuidados e inamovibles. Se trata de una
mirada distanciada y autocontenida que funciona en la mayor parte del filme,
especialmente cuando se pretende mostrar la alienación en la cual están
sumergidos los personajes. Sin embargo, en una película que voluntaria y
conscientemente asume un ritmo lento y con unas actuaciones en las cuales el
silencio tiene un papel primordial, vale la pena preguntarse si esas decisiones
estéticas se pueden llegar a convertir en camisas de fuerza que después de un
tiempo truncan la narración, propósito primordial de la película.
Los planos largos,
los silencios y el ritmo lento son herramientas que muchos grandes directores
han aprovechado a lo largo de la historia del cine, al punto en que hoy en día
es difícil distinguir cuándo detrás de ellos hay una verdadera justificación
narrativa o simplemente una marca autoral forzada y acartonada. En la mayor
parte de Ruido rosa se podría argumentar que se trata de lo
primero, pero son precisamente los momentos en que ese “dogma” estético se
rompe en los cuales la película logra su mayor lucidez, en donde logra
sorprender al espectador. Ejemplo de ello es la escena que involucra a la
pareja bailando.
La quietud y el
mutismo funcionan en una película como Ruido rosa, cuyo centro de
interés son los personajes, precisamente porque existen pocos y muy espaciados
momentos en los cuales se rompen, permitiendo que la sobriedad cobre su
verdadero peso. La película resiente en su ritmo y en la manera en que se
perciben los momentos de tensión dramática el hecho de que esos momentos de
quiebre sean tan escasos.
Roberto Flores Prieto
ya no es un novato, esta es su tercera película y es claro que ha desarrollado
un estilo que privilegia el silencio y la observación, rompiendo así con el
estereotipo del audiovisual caribeño como uno de colores, bulla y música. Esto
no solo es resaltable, sino que da un parte de buena salud para el cine de esta
región del país, demostrando que se trata de un grupo de cineastas de muy
variada índole y que han adquirido una autoconciencia de la cual se desprende
la decisión de renunciar a las representaciones impuestas desde el interior del
país y apostar por mostrar al Caribe como una lugar complejo, lleno de matices
y de gente que muchas veces sufre en medio de un silencio autoimpuesto, igual a
como lo hace esta película.
Más que Wong Kar Wai (el director hongkonés usa como recurso narrativo los movimientos de cámara y la música, poco usado en el director barranquillero), el cine de Flores (en especial esta película) tiene una marcada influencia por las post narrativas taiwanesas de los vanguardistas Tsai Ming Liang y Apichatpong Weerasethakul. Inspirados por la filosofía oriental en torno a la nada (diferentes a los occidentales que somos substancia), los asiáticos desde Naruse y Ozu, han logrado una poética que vislumbra la sencillez como algo sublime. Así vemos que no es casualidad que usen planos largos, un ritmo lento, con poco movimientos de cámara, incomunicación y personajes devorados por el espacio. Flores da su mirada del caribe desde esa nada. Peliculas de los taiwaneses citados como "The hole" (donde tampoco nunca deja de llover), "Blissfully Yours", "Tropical Malady" o las mismas "The river" o "What Time Is It There?" son inspiradoras para Roberto Flores.
ResponderBorrarIncisiva y adecuada anotación al texto. La referencia a Wong Kar-wai aludía a ciertos guiños estéticos puntuales que me llamaron la atención. Me parece que la relación entre Flores y el cine asiático merece ser estudiada más a fondo en un texto mucho más reposado y serio que una reseña que busca dar cuenta de una reacción más inmediata a la cinta, pero sin duda seria un análisis muy rico. Quisiera saber a que se refiere con post narrativa, especialmente en el contexto de Ruido rosa, una película con un propósito claramente narrativo.
Borrar