(Articulo realizado en el marco del IX Taller de Crítica y Periodismo Cinematográfico - Encuentros Cartagena 2015)
Por Camilo Villamizar Plazas
El término
“documental de urgencia” se utiliza algunas veces a la hora de hablar acerca de
una obra en la cual el tema no se había desarrollado por completo en el momento
en el cual la película empezó a ser realizada, y en la cual la pertinencia de un
discurso sobre esa realidad en específico surge como resultado de una acuciante
necesidad de denunciar o transformar ese contexto. La
selva inflada, el primer largometraje documental de Alejandro
Naranjo acerca de los alarmantes niveles de suicidios de jóvenes en el
departamento colombiano del Vaupés, bien puede ser leída como uno de estos
casos.
Se trata de una película que se enfrenta a este tema y se sumerge en dicha realidad, no buscando únicamente retratarla o ser testigo presente de la crisis social y existencial en la cual se encuentran estos jóvenes, sino de indagar en este contexto, tratando de entender con la mayor complejidad posible lo que ocurre con sus personajes. En este sentido, y alejándose del reportaje, La selva inflada se atreve a utilizar todos los elementos y dispositivos audiovisuales a su disposición para complejizar una problemática que a primera vista pareciera inasible: ¿Por qué se están suicidando tantos jóvenes en uno de los departamentos más olvidados de Colombia?
La película, que evita acudir a las cifras, la
voz expositiva o las gráficas para dar a entender de forma clara que es
lo que está pasando en el Vaupés, trata de retratar con la mayor plasticidad
posible la cotidianidad de un puñado de jóvenes que se encuentran terminando el
colegio. El sonido es especialmente destacable como herramienta usada en la
película, pues Naranjo le otorga gran autonomía sobre la imagen, permitiendo
tener un rol mucho más expresivo que expositivo, evocando situaciones que nunca
vemos realmente en cuadro, pero que a medida que la narración progresa van
adquiriendo sentido dentro del contexto.
Sin embargo, la forma en que varían las maneras en que la
película asume las formas de representación hace que como relato audiovisual la
película no siempre tenga la misma fuerza. Hay al principio una búsqueda mucho
más distanciada y observacional, luego un punto de quiebre tras el cual lo
expresivo toma mucha mayor importancia, así como el testimonio. Es esa segunda mitad en la cual la película parece hallar su
verdadera razón de ser, su pertinencia, su profundidad. Esto, sumado a la
frustrante factura visual de gran parte del documental, hace que en ciertos
momentos la película caiga en un sopor que no es coherente con la importancia
de su tema.
Es por todo esto precisamente que La
selva inflada puede
llamarse un documental de urgencia. Su valor no se encuentra en el virtuosismo
estético y narrativo que caracteriza a cierto documental de creación
contemporáneo, sino en la importancia de su contenido y la manera en que la
película se adentra con total compromiso y seriedad en él.
Esto no significa que sea una película plana ni que su valor
radique meramente en el acontecimiento social que retrata, por el contrario,
habla de una película que pone las herramientas del cine al servicio de un
propósito extracinematografico y logra con ellas construir un discurso sobre la
realidad impactante, necesario y contundente.
Trailer:
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