lunes, 13 de abril de 2015

El elefante desaparecido: Cuadros (in)conexos (FICCI 55)

(Articulo realizado en el marco del IX Taller de Crítica y Periodismo Cinematográfico - Encuentros Cartagena 2015)
Por Santiago Ardila Sierra
Lima, un museo, el desierto, otro libro, fin. Así es El elefante desaparecido, un filme de bloques desunidos que intenta, a partir de la confusión que genera, mantener la atención del público.

La trama es, en esencia, sencilla: un thriller en donde se relata la historia de un escritor de policiales y el nuevo misterio —mitad real, mitad literario— que intenta resolver. En el proceso, el protagonista se encontrará con una serie de sucesos violentos que lo llevarán a descubrir la verdad de su caso y su vida. Sin embargo, la manera en que es tratada la película desvía su credibilidad y poco a poco se hace totalmente ininteligible.
Sucede que a cada momento el personaje principal se enfrenta a nuevos retos, pero ellos mismos rompen el pacto de confianza con el espectador: la verosimilitud se pierde cada vez que se aborda una nueva pieza del rompecabezas. Sin contar el desarrollo de la película, el inicio y el final son poco congruentes con lo que intentan decir, pues pasan de un realismo arraigado en el acaecer de los hechos a un desenlace ajeno e irracional. Por supuesto, es lícito que existan desenlaces con sorpresas, siempre y cuando cada una de las subtramas quede bien cerrada y, así, se pueda dar paso a un final capaz de romper con todos los esquemas tradicionales. Pero en este caso no ocurre así; cada una de las subtramas se recarga continuamente en el clímax y este debe encargarse de concluir, de una sola estocada, las dudas del público.
Y de haberlo hecho, la película hubiese sido sustancialmente mejor. Porque, eso sí, la maraña que presenta es capaz de sostener gran parte de la trama y mantener en vilo al espectador, pero su baja capacidad de solucionar los problemas que plantea la convierte en una película sosa y, en varios momentos, desesperante.
Pero ¿por qué utilizar una palabra tan agresiva? Porque desde el principio se entrega una película que sobreexplota los recursos del cliché y los lugares comunes; cabe aclarar que, en sí, estos recursos son buenos en la medida en que pueden hacer más universal la historia, aunque abusar de ellos la vuelve ridícula e involuntariamente cómica. Y hay que tener especial cuidado cuando se trata de componer un guión en el que el personaje principal es escritor policial, porque tal sujeto cumple el arquetipo mencionado, aún más en un thriller.
Edo Celeste (Salvador del Solar), en este caso, se malogra como escritor, pues la forma en que cuenta las historias es irrisoria. Es decir, no puede existir una serie de bestsellers en donde cada uno de sus relatos contenga frases como “subió unas escaleras tan retorcidas como sus intenciones”; simplemente no es profundo, como trata de mostrarse, y se convierte en una serie de futilidades.

Existen, en efecto, varias historias en donde este tipo de personajes se desarrollan con mayor grandeza como, por ejemplo, Juan José Campanella en El secreto de sus ojos, que ubica a Benjamín Espósito (Ricardo Darín) como escritor de novelas pero el director, como escritor de guiones, no se embarca en un mundo en el que podría quedar mal parado, como lo es aquel género. Incluso en este mundillo, los mismos escritores intentan exponer por otros medios la grandeza de sus personajes literatos; el turco Orhan Pamuk y su libro Nieve son un gran ejemplo, pues se convence al lector de la magnitud poética de Ka, el personaje principal, pero jamás se enseña uno de sus escritos. En el caso de El elefante desaparecido, el guionista y director Javier Fuentes-León celebra a un excelente escritor, pero son muy pobres los pocos textos que el público alcanza a vislumbrar de Edo.
No obstante, en la película es una idea inevitable presentar la obra del personaje escritor, pues esta misma es quien se encarga de cohesionar el relato. El mismo título se basa en una pintura que no oculta su parecido con una de Salvador Dalí, Gala contemplando el mar mediterráneo, cuadro que son dos al mismo tiempo: la musa del figuerense y el retrato del mártir estadounidense, Abraham Lincoln. Y la película intenta ser como su pintura homónima, que a su vez pareciera esforzarse en ser como la de Dalí: la unión de retazos (los textos de Edo) que forman una sola figura homogénea. Sin embargo, jamás se da la tan anhelada unión, ya que los cuadros no se enganchan ni se corresponden orgánicamente. Al final solo queda un sinsabor dramático... un suspiro y las ganas de abandonar rápidamente la sala.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Los comentarios son sumamente importantes en este blog, toda discusión es bienvenida y acogemos hasta las peleas más caldeadas. Sin embargo, procure ser respetuoso en sus opiniones, ni que el cine colombiano fuera tan importante como para involucrar a nuestras madres en la discusión.