lunes, 3 de abril de 2017

La noche trae una herida ¿quién la sanará?

Por Camilo Villamizar Plazas

Nicolás Rincón Guille concluye su trilogía del Campo hablado con la magistral Noche herida, el retrato de Blanca, una mujer caldense que llegó a Ciudad Bolívar en Bogotá desplazada por la violencia y que con sus gestos y sus palabras permite al espectador dar un vistazo a las verdaderas consecuencias humanas y morales que el conflicto armado ha tenido en el país. Blanca se convierte así en un personaje icónico dentro del cine nacional, una mujer única e irrepetible y al mismo tiempo capaz de cargar con la fuerza de un arquetipo. Es así como Noche herida se perfila como mucho más que una simple película sobre una mujer desplazada, pues al mismo tiempo tiene la capacidad de dar cuenta del fenómeno del desplazamiento en su totalidad sin ningún tipo de disonancia.


El espectador que entre a ver esta película se encontrara con una obra audiovisual de una intimidad sobrecogedora. No cabe duda de que el gran mérito de Rincón radica en la relación que entabla entre él (mediado por la cámara) y Blanca. No se trata, como uno podría sospechar superficialmente, de una cámara que se vuelve invisible (una mosca en la pared), sino de una cámara que se vuelve cómplice de su personaje. Cada escena constituida por planos que son a su vez viñetas está evidentemente construida con una precisión tradicionalmente asociada al cine de ficción. Cada detalle dentro del cuadro está ubicado de tal forma que surja un orden simbólico y que aquello que está en el fuera de campo, aquello que no vemos, siempre se pueda presentir acechando los márgenes de la pantalla. La pólvora decembrina, los nietos que no vuelven a la hora señalada, las peleas domésticas de los vecinos, todas ellas insinuadas por fuera de la imagen gracias al preciso sonido de la película nos permiten entender que el pasado de violencia permanece aún presente en la vida de los personajes.

Queda entonces claro que la íntima fuerza de Noche herida no es un accidente sino la reconstrucción de un mundo hecha por un cineasta (la palabra documentalista, aunque hermosa, se le queda corta) que ha pasado mucho tiempo inmerso en él, conociendo y escuchando atentamente a sus personajes, aprendiendo en donde habitan su vida y en donde trascurren sus miedos. Dicha reconstrucción denota en su aparente invisibilidad mucho más que la presencia desapercibida de la cámara, en ella se encuentra plasmada la disposición consciente de Blanca de confiarle a Nicolás Rincón fragmentos de su vida y de su historia para que él las cuente. Creer que Blanca no era consciente de cuanto se permitía revelar frente a la cámara sería paternalista; por eso es que Rincón no es un voyeur que se inmiscuye en la vida de Blanca sino todo lo contrario, él la filma de frente, cediéndole a ella con su prudente distancia la capacidad de guiar el relato, de ocupar el cuadro, de transformarse en personaje.


Y es que Blanca es todo menos una mujer sumisa. El sufrimiento pasado que evoca con sus relatos convive con el sufrimiento presente que acarrea la crianza de sus nietos adolecentes. El conflicto armado ha provocado a lo largo del país un deterioro social que tiene en riesgo a toda una nueva generación: el desplazamiento, la pobreza, la falta de oportunidades, la indiferencia generalizada y la marginalización geográfica y social tienen la capacidad de cobrar las vidas de los nietos de Blanca en cualquier momento. Su lucha es contra esos demonios, es la disputa por sacar adelante a su familia contra todo pronóstico y adversidad, así toque recurrir a las ánimas para que la ayuden.

Noche herida, al igual que la ineludible Los abrazos del río (pieza inmediatamente anterior de la trilogía de Rincón) es capaz de mostrar cómo dentro de la oralidad campesina el mito convive en un mismo nivel jerárquico con la realidad. Así cómo lo hiciese con el Mohán en su anterior película, Rincón permite que sus personaje humanos, tan de carne y hueso cómo es posible representar a alguien en una pantalla, habiten un mundo en el cual las animas (espíritus de los muertos ya olvidados, de un pasado perdido) están presentes en cada rincón. Esta decisión narrativa le permite al director mostrar como la guerra deja cicatrices que no solo son físicas sino emocionales y espirituales. Las víctimas, que como Blanca sobrevivieron y llegaron con el cuerpo entero a depositarse en los límites de las grandes ciudades de Colombia, cargan con lesiones que son mucho más profundas y difíciles de sanar que las del cuerpo. Llegan en medio del frio y la oscuridad con el recuerdo todavía latente de esa noche herida en la que la vida se les partió en dos.


Tráiler de la película:

1 comentario:

  1. Muy bueno el artículo,estoy de acuerdo con el gran valor de la película; y me parece clave eso que señala sobre cómo Blanca es consciente de qué revela ante la cámara, es ella quien se construye a sí misma como personaje a través de esa decisión. ES un cine que no está por encima de lo que habla sino que sabe escuchar esa realidad. Aparte claro que hay una selección y un punto de vista y ahí esta la autoría.

    ResponderBorrar

Los comentarios son sumamente importantes en este blog, toda discusión es bienvenida y acogemos hasta las peleas más caldeadas. Sin embargo, procure ser respetuoso en sus opiniones, ni que el cine colombiano fuera tan importante como para involucrar a nuestras madres en la discusión.